miércoles, 21 de abril de 2010

► El pizarrón con tiza


El pizarrón con tiza era un verdadero emblema escolar. Uno llegaba a la sala y siempre estaba allí: gigante, ocupando casi toda la pared, acompañado de un pan de tiza. Y cuando ésta era de mala calidad por lo general quedaba la crema, porque a la profesora se le terminaba partiendo en pleno proceso de escritura, generando un chirrido realmente insoportable.

Pero no todo era malo: el aroma de la tiza sí que me gustaba. Era como oler el polvo de los libros pero mucho más perfumado. Y también estaba el borrador. Y por supuesto la persona encargada del borrador, quien casi siempre era la consentida de las misses. En mi curso, la Cuca. Ella era lo suficientemente admiradora de las profesoras, como para considerarlas sus ‘almas matter’ y limpiarles todas las mañanas la pizarra, sin esperar ni siquiera a que se lo pidiesen. Era una verdadera chupamedias y todo el mundo lo sabía. De hecho mis compañeras solían molestarla por lo mismo. Le escribían toda clase de cosas terribles con tiza en la espalda como, por ejemplo, ‘Evarista Espina” y ‘Gusanita Babosita’. Pero ella jamás se vengaba. Sólo se limitaba a sonreír –mostrando sus pequeños dientecillos de ratón– y a encogerse de hombros. La Cuca era así, una mosca muerta presta a enseñar sus garras. Hasta que llegó el día en que finalmente lo hizo. Esa mañana el aire se encontraba especialmente pesado. Estaba recién llegando la primavera y entre el polvo de la tiza y el plátano oriental, la miss de matemáticas estaba muy congestionada. Primero estornudó, luego se desconcentró de su escritura en la pizarra, y por último sufrió el accidente de la uña. El fatídico accidente que le partió su mejor uña por la mitad. Casi no pudo aguantarse el dolor. No sólo dio un alarido capaz de despertar a los muertos, sino que además lanzó un rosario tan largo de garabatos que nos dejó boquiabiertas a todas. En especial a la Cuca, quien partió corriendo a la Dirección para denunciarla. Según dijo después, la decepción que le había causado su ‘alma matter’ era tan grande, que para estar más tranquila, no le quedó más remedio que acusarla.

A pesar de todo no despidieron a la miss. Pero el odio de mis compañeras contra la Cuca se recrudeció. No sólo comenzaron a escribirle cosas peores en la espalda, también le dejaban diariamente pequeños recuerdos asquerosísimos en su estuche. Una mañana era una uña de pie recién cortada; otro, una mosca muerta de cara verde. Y así, varias cosas por el estilo. Eso, hasta que un día, harta del hostigamiento, decidió dejar nuestro colegio. Nunca más la vimos y como no quedó ninguna otra voluntaria para borrar la pizarra se instauró de golpe el sistema de los castigos: si tenías mala conducta te condenaban a limpiarlo. Pero como todas estaban tan contentas con la desaparición de la Cuca, nadie chistó.

1 comentario:

Sang-Jin dijo...

Me gusto tu historia, la forma en que te expresas pero más referido a lo del pizarrón, por que en relación a lo de cuca no me gustó para nada el trato que le dieron, desgraciadamente ese es el inicio a la depresión y sucidio de muchos adolescentes, quien sabe si ahora ella este muerta. Y esto lo digo como ex alumna que siempre estuvo en contra de esas actitudes y como futura profesora. Aunque eso no quita que me haya gustado tu punto de vista en relación al pizarrón.
felicitaciones.