domingo, 13 de septiembre de 2009

► La noche fatal

¿Por qué el destino es así? A veces una quiere, pero todo se da para que no resulte. Como si los hilos de la vida se chamuscaran justo cuando se anda ganosa. Que acaso en mi vida anterior me la anduve sólo “haciéndolo”, que ahora por karma hay veces que, aunque lo intente con pasión, todo se confabula contra mí, la nueva ciudadana del país de Nunca Jamás. Como el viernes pasado, cuando las probabilidades decían que mi vida sexual iría súper. Hace unas semanas, en mi camino hacia una sexualidad vital y permanente, había cambiado las pastillas anticonceptivas que me tenían de lo más célibe, por lo que no me daban ganas ni de día ni de noche. Pero ahora, sin esas pastillas, volvía a ser yo misma, y a mí que me gusta hacerlo bien y con una cierta periodicidad que me mantenga activa. Entonces, súper archi entusiasmada, le dije a mi lolo que nos fuéramos a un motel para hacer algo distinto. De hecho ese día le había dicho a mis amigas me la iba a pasar disfrutando toda la noche “sin parar”.

Pero no fue una buena decisión la del motel: el más famoso de Concepción, ese de los ambientes raros, estaba copado. Y no era el único, los otros dos que me gustaban también estaban llenos. Entonces empezamos a recorrer Conce en su auto mientras yo iba pensando por qué era tan difícil encontrar un motel decente en esta ciudad. Y por qué en la mayoría de ellos uno tiene la sensación que trecientos traseros más -sólo en este año- fueron depositados en el mismo metro cuadrado que una tiene depositando el suyo. Me acordé de ese reportaje en donde sacaron restos de semen hasta en el velador y donde también se contaba que lo único limpio en ellos era la sábana recién cambiada porque los cubrecamas y plumones tenían la mezcolanza de “partes íntimas” más compleja de la existencia.

En eso iba meditando cuando un tipejo, cien por ciento ebrio, casi nos choca por atrás. O sea efectivamente nos pegó un topón y para más remate se bajó y casi nos golpea a ambos. Menos mal que su esposa lo tranquilizó y logró meterlo al auto de nuevo. De un rato para otro un ebrio condenado te choca y te insulta todos tus antepasados gratuitamente.

Pero continuamos con nuestro camino, sin rendirnos, aunque ya un poco aburridos de tanto andar. Hasta que entramos un motel que me puso mal genio altiro, porque prendí el televisor y vi algo que parecía una broma: unas minas últimas, imitación Play Boy pero en rasca, con orejas de conejo diciendo: “Agú”. ¡O sea, “agú” yo decía cuando era guagua! ¡Si hay algo que no se me ocurre decir es “agú” cuando estoy excitada! ¡Eso no era sensualidad, era una enfermedad mental! Lo juro. Después, en mi último intento por ambientar la situación, prendí la radio que estaba como insertada en el respaldo de la cama y en la que sólo se sintonizaban canciones calentonas como de night club, onda “Acércate más, mon amour”. Peor!!!

Con tanta sucesión de fatalidades, llegamos al motel y tomamos unos tragos de dudosa procedencia. Yo un pisco sour y él una vaina que le provocó fuertes dolores estomacales media hora después y se lo llevó derechito al baño. Entonces lo esperé y me fumé un cigarro en la ventana de la habitación “clásica”, muerta de frío y congelada hasta el alma, mientras el enfermo sufría inconmensurablemente en el doblevé cé. Finalmente salió con un moribundo rostro, color ocre, y nos fuimos a la clínica de urgencia, donde le diagnosticaron una gastritis.

Llegamos a su casa a las siete de la mañana, cansadísimos y choreados hasta la tusa, por lo que yo me acosté, mientras él se internó en el baño nuevamente. Sonido con el cual obviamente yo no pude pensar por ningún momento en gemidos, lenguas, manos, dedos, besos, roces agradables, y no me pude acordar de las excitantes situaciones vividas en el pasado. Sólo lo odié a él y maldije la última noche. Al borracho, a la vaina asesina, a las conejitas seudo Play Boy, al médico; a las consecuencias nefastas de la gastritis en la vida de pareja. Ella pues, la regia, la que iba a disfrutar toda la noche “sin parar”... ¬¬

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