sábado, 4 de julio de 2009

► De Rich & famous

Hace unos días, por esas cosas del destino y también por un milagro de Facebook, recibí una invitación para asistir a un “meeting” en un lujoso hotel de la ciudad, una de esas instancias para gente joven, de buena situación económica, que se junta una vez por semana a intercambiar ideas, experiencias y datos de negocios vía bluetooth.


Desde que llegué en mi pequeño jeep japonés me vi un poco intimidada en los estacionamientos por los imponentes y lujosos deportivos, germanos y galos, entre otros (ahora sé como se sintieron los parisinos en la Segunda Guerra Mundial). Parecía el Salón del Automóvil de Stuttgart. Me estacioné entre un yate y un jet, dejé mi chueca junto a los palos de golf del resto, apreté el botón del piso 15 y me lancé a la vida. Arriba la cosa estaba top. Mi nombre estaba en la lista, la música sonaba, todos hablaban de lucas –y nadie de Bugs Bunny-, y de lo decaído que estaba Cancún. Yo conozco Cau Cau. Era como hojear las sociales de una revista de papel couché, pero sin la Julita y la Mary Rose. Aunque igual vi su par de abuelitos octogenarios, pero no los reconocí. Quizás fueron pudientes en el auge salitrero.


Si bien ubicaba personalmente a varios presentes, a muchos de ellos los conocía “socialmente”. Llevaban apellidos de ex presidentes, conocidos empresarios y otros por el estilo, como Alessandri, Bulnes e Ibáñez, y otros ilustres (Escalona, ni uno solo). No vi a Dióscoro Rojas, ni pipeño, ni empanadas, así es que seguro esto no era como la Cumbre Guachaca. Sí vi harta champaña y puro “shuchi” (nadie ahí podría decir Shampaña y sushi). En cambio, sí vi mucha ropa fashion y alta costura –los tillibles minos o más bien dicho, los gaios regios, un Dj y un Vj animando el evento, harto Rolex y Tag Heuer –y mi Seiko-, mucha collera y zapato fino y, por supuesto, Blackberries y ¡Phones por doquier (¿Por qué será que ningún jetón con ¡Phone puede evitar jugar con el en todo momento, ah?). Lo pasé “salvaje”, les diré.


De las 10 veces en que estiré la mano para saludar, en cinco me la dieron, en tres recibí tarjetas, en una me la besaron y en otra me pasaron un billete de 20 con el cual llené es estanque de la “furia japonesa”. A ver si con una de las tarjetas consigo rebaja en Louis Vuitton, con la otra me hacen precio en alguna acción de la Bolsa de Valores y con la tercera...No, con la tercera tarjeta nada. Si me estás leyendo, si, tú, te pido que me olvides. No te voy a llamar. En fin, fue una experiencia enriquecedora –literalmente hablando-, que espero repetir algún jueves. Más ahora que nuevamente subirá la bencina.

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