jueves, 25 de junio de 2009

► La pulsera de hilo


Nunca supé cómo ni por qué se pusieron tan de moda las pulseras de hilo, pero el hecho es que todo el mundo comenzó a usarlas de un día para otro. Recuerdo que se las hacia una misma y eran súper fáciles de tejer: solo se agarraba un par de hilos de bordar de diferentes colores (o de uno solo, si se quería), se anudaban todos juntos a un extremo y luego se agarraban con un alfiler de gancho a un cojín o al muslo sobre el pantalón.

La técnica consistía en ir intercalando pequeños nudos y el tejido iba quedando en diagonal. Era de suma importancia que los nudos se quedaran tan apretados, pues si no, la pulsera terminaba enroscándose.

Quien mejor manejaba la técnica en mi Villa, era la Cota, ella las hacia tan bonitas, que no sólo quería espiarla para saber como lo hacia, tambien daban ganas de hacerse más amiga de ella todavía, para ver si algún día te premiaba con una de las de su colección.

Un día tuve esa suerte y me hizo una preciosa. Mezcló hilos verdes, rojos, amarillos y azules, obtuvo resultados increibles. El problema fue que el regalo que me hizo no fue gratis, sino que me obligó a prometerle que a partir de ese momento seríamos las mejores amigas por siempre, algo así como "las hermanitas de pulseras". Recuerdo que accedí, pero al poco tiempo ya estaba arrepentida. La Cota resultó ser la niña más cargante de todo el mundo. No sólo me perseguía desde la mañana hasta caída la noche, sino que además andaba con un olor a mortadela terrible. Su mamá la alimentaba las 24hrs del día con esta cecina y ella ya la tenía impregnada en su cuerpo.

No bastando con este, su peor defecto, la Cota era mandona, me obligaba a sostenerle los hilos cada vez que le tocaba confeccionar una. Claro que si yo osaba decirle que ya estaba aburrida, me ponía cada de bruja y me lanzaba unos alaridos como para despertar a los muertos.

Su abuela me contó que ella siempre había sido así, pero sus mañas tenían que llegar a su fin. Le duraron hasta que un día renuncié definitivamente a nuestro compromiso de amistad eterna y le devolví su bendita pulsera. No logré mucho, porque igual se me siguió pegando. Y si yo le decía que no quería andar junto a ella, me amenazaba con tirar todas sus pulseras a la laguna chica.

Estaba completamente bipolar y yo ya no sabía que hacer. Lo único que se me ocurrió para desprenderme de la "enana pulsera" fue pedirle a la Carol -otra chica de la Villa, quien también había sido victima de las manipulaciones de la Cota- que me ayudara a sacármela de encima. Su consejo fue sabio: sólo tuve que enrostrarle su penetrante olor a mortadela. Se puso a llorar o mejor dicho a chillar, no me dio pena, porque estaba aburrida, lo bueno es que me dio resultado. A los pocos días supe que ya me había reemplazado por otra incauta, quien también termino cayendo bajo el mismo hechizo de sus maravillosas pulseras.

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